Antes de esta primera noche de toque de queda, el rector y sus gorilas ya me habían buscado en los alrededores del pueblo. Los alrededores eran montañas pequeñas. Y ya antes de que me encontraran, volví, porque noté que la "libertad" estaba más allá, lejos... tan lejos que ni siquiera podía verla en el horizonte porque estaba más, más lejos. Cuando volví nadie me hizo fiesta porque los ánimos de lo que consideré "mi pueblo" estaban abstraídos en cualquier movimiento. Parecían una piel muy sensible y nerviosa, extendida por varios kilómetros. Había inquietud porque sabíamos sobre la pronta destrucción, y esperábamos. O eso creía yo, porque eso vi: que esperábamos. ¿Qué tal si hacer eso, pero juntos, para nosotros quería significar que estábamos haciendo algo, no sé, luchando? Fríamente, éramos muchos sin hacer nada. Si gritar era algo, eso había, gritos, espera.
Entonces nos alcanzaron las tinieblas con su toque de queda incluido y noto que uno de los soldados fronterizos todavía conserva pegada a su cerca la fotocopia que anuncia que se me busca, viva o muerta, vaya ridiculez. Me acerco para informarle que he vuelto, que puede despreocuparse, quitar el letrero.
El muy tontito, que primero pareció sorprendido al verme pero después, muy instalado en parecer fiel al Sistema (alguna vez quise escribir El Sistema, el cerdo Sistema, pues) me explica que no puede quitar ese letrero porque "no tiene órdenes de hacerlo". Necio.
Entonces el rector, como invocado por nuestro soldado raso, o más bien, nuestro débil vigilante, aparece con su séquito de gorilas. Es amable conmigo, soy amable con él. Me enseña las cápsulas subterráneas. La mía, según él, sólo voy a compartirla con una persona. —¡Qué amable, pero si son tan pequeñas!, pienso.
Antes de poder respingar, el rector de saco verde pasto y su séquito se han ido.
Ahora sí la noche cae de veras. Estoy a punto de dirigirme a mi "cápsula" pero un chico, su esposa y su niño invaden mi "celda de vidrio". Entonces platicamos.
El mecanismo para hacer bajar las cápsulas comienza a funcionar, entonces recuerdo que tengo que salir a buscar a alguien. Mi alguien sin piernas. ¿Qué estará haciendo esta noche? ¿Cabrá su silla de ruedas en la cápsula milimétrica? ¿Habrán sido gentiles con él?
Salgo. Para mi sorpresa todo mi pueblo escapa de las prisiones deficientes. Y entonces uno de los pequeños montes es convertido en escenario.
Dulce. ¿Dónde está Dulce? ¿Y quién es Dulce? Me perdí de algo cuando subí al monte...
Es una cantante. Con muchos kilos de más y cabellos negros, revueltos. Canta. Algo que yo siento que es punk. No sabía que a tantos les gustara el punk... el tumulto agitado me sirve. Iré a buscarlo. Sé que estamos atravesando ciénagas para encontrarnos, pero hay poca luz. Sirve y no sirve para nuestro propósito. Si es que él me busca también. Si es que le han dejado conservar su silla.
Entonces despierto.