Pesadilla 1: Después de que mi madre se la hiciera de pedo a un güerejo en una fila para compar boletos para el beisbol (?), la acción cambia a que me mudaba a una casa (como la mía) y supuestamente ya me la entregaban con dos inquilinos caninos machos. Yo pensaba: bueno; y me empezaba a encariñar con ellos. Ese mismo día me di cuenta de que los vecinos de al lado tenían una tigresa mansa que se brincaba la barda de separación entre su casa y la mía y venía a convivir con los perros de mi casa.
Todo iba bien, y "ay qué bonitos todos en armonía", cuando descubría una parte desconocida de la casa. Era un cuarto oscuro y lleno de chatarra. En medio de todo, una jaula mal hecha albergaba a tres perros. Todos ellos en pésimo estado de salud. Parecía que los habían olvidado allí. Primero pensé que eran dos perros, luego me percaté de que abajo de estos dos, estaba otro, hecho de piel y masa amorfa, sin huesos. Y lo reconocí: era el clon de uno de los perros sanos que convivían con la tigresa.
Desperté.
Pesadilla 2: Iba a visitar a mi abuelita que ya tenía a un perro (que en "la realidad" fue mi perro Bronx) con los dos perros que me habían heredado los anteriores inquilinos en la Pesadilla 1. Todo iba bien, pero en un descuido (mientras mi mamá, mi abuelita y yo no veíamos), el güero nefasto de la Pesadilla 1 llegó a golpear a los perros que trataron de impedirle la entrada a esa casa. Al que era el Bronx lo dejó atado y molido a golpes, a los otros dos, sólo atados. Además se robó 7,200 pesos, pero bien amable, dejó 600.
Mi madre salió a buscar a no sé quién. Quizá a la policía, y entonces el güero nefasto volvió y me dijo: "Sólo vine a decirte que si tu madre no se hubiera portado así de insolente conmigo en el estadio, esto no habría pasado".
Desperté.
Pesadilla 3: Estaba sola, sentada y haciendo nada, en las banquitas donde se sientan los cerillos del Soriana o del Walmart o del Carrefour o algún lugar así. A lo lejos y de un color muy vivo, de naranja, vi a mi amigo.
Pensé que era una mala broma del inframundo: regresármelo en una forma tan parecida, y entonces caminé hacia el lado opuesto a donde él se encontraba. Mientras caminaba unos poquillos pasos, reflexioné (no me gusta la palabra reflexionar, pero decía, reflexioné): "¿Y si sí es él?" Y entonces volteé otra vez y sí era. Y empezamos a platicar. Recuerdo casi nada de la charla, excepto que era como antaño pero con la diferencia de que aquí se mencionaba la despedida. Eso nos ponía tristes y entonces mejor platicábamos de otras cosas. Pensé en decirle eso de que un güero nefasto había llegado a golpear al perro de mi abuelita, pero me pareció un tema muy dramático y lo dejé de lado.
Me desperté muy triste, creo que habiéndome dado cuenta de algo.
domingo, 15 de agosto de 2010
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